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Encendiendo luces para la Navidad

Mi corona de adviento enciende hoy la primera de sus luces, hecha de oración. Oración esperanzada a un Dios que se ha hecho hombre y que me ha buscado antes de buscarlo yo.
Enciendo la luz en la reflexión que este tiempo otoñal me birinda. Y aprovecho para esa reflexión la magnífica encíclica del Papa: Salvados por la esperanza. En esta carta el Papa me dice que no pongo mi esperanza en lo limitado, sino en Dios que es infinito y no falla. No me es fácil, pero voy a intentarlo. Dedicaré el tiempo que pueda a leer y meditar esta encíclica. Aún sigo leyendo y meditando el Libro "Jesús de nazaret", ambos escritos de Benedicto XVI tienen una riqueza inagotable, que estimula mi vida y motiva mi actuar parroquial.
Enciendo la luz, protegido por la Virgen Inmaculada, cuya fiesta he comenzado a preparar con mis feligreses de Villamediana. Viene a mi recuerdo El Calvario de Sololá, en el que durante años hice esa misma novena. Me uno a los sololatecos, pues uno y otros, rezamos a la misma madre. Y confío que la Virgen avive el fuego que quiero encender en estos días.
Espero que el frío otoñal no apague este fuego. Estos días estoy preparando mi casa para alojar a unos amigos seminaristas que vienen desde Guatemala hasta España para compartir conmigo unos días de reencuentro y alegría. Espero avivar con ellos este fuego del adviento para celebrar felices la navidad.
"Salvados por la esperanza": una encíclica para orientarse en el mundo de hoy

Al día siguiente de su publicación cayó en mis manos la nueva encíclica papal y la he leído de un tirón porque me ha entusiasmado su contenido, su modo de presentarlo, su profundidad, su claridad y su actualidad inusitada. Cayó en mis manos al comprar el periódico "La Razón" que la ofrecía a sus lectores en un cuadernillo muy bien presentado. Ya conocía algunos comentarios sobre ella, pero ninguno a la altura de lo que es el texto mismo: magnífico, impresionante.
El Papa ama la Escritura Santa y la conoce en profundidad. Conoce también el pensamiento filosófico. Y en la encíclica establece un diálogo increible entre ambos para esclarecer las grandes cuestiones que nos preocupan a todos, seamos pensadores (que no lo somos) o seamos vividores (que sí). Son cuestiones vitales sobre el sentido del disfrutar, del sufrir, del proyectar, del morir... Y el papa ilumina y reponde a esa problemática vital. Además señala caminos para adentrarse en la hondura de los probremas para poderlos solucionar.
Habla sobre todo de Dios, de ese Dios que se ha metido en la historia para hablar de tú a tú al hombre, a nosotros, a tí y a mi. Y habla del hombre, del hombre soñador que sueña ser como Dios, que trata de quitar a Dios para ponerse él en su lugar. y le dice que ese no es el camino para su grandeza. Que quitar a Dios es empequeñecerse, privarse de sentido, carecer de esperanza. Las ideologías de la modernidad han pretendido dar el cambiazo y poner al hombre en el lugar de Dios y han logrado que el hombre aplaste al hombre, que el hombre se desespere que no sea feliz.
Pero el Papa no sólo filosofa, sino que enseña e ilumina y habla del camino para recuperar la esperanza y el sentido. Y habla de oración, y habla de acción y habla del juicio divino. La oración es camino de esperanza, mantiene la esperanza y la fomenta. Y nos recuerda el ejemplo del inolvidable Cardenal Van Thuan, que se agarraba a la oración en su carcel de aislamiento. Y nos habla de las pequeñas esperanzas de nuestro actuar promoviendo el bien, que no se mantienen si Dios, el absoluto, el bien supremo, la perfección, no les da sentido. Y nos habla del juicio divino que es el referente necesario para no desesperar, para seguir creyendo en la justicia a pesar de padecer y sufrir la injusticia o el mal.
Gracias, Santo Padre, por esta increible encíclica, gracias por motivarnos a esperar en Dios y, por él, en nosotros mismos y en los demás. Gracias por no decirnos palabras vacías, sino llenas de razón, de fe y de verdad. Gracias, Santo Padre, gracias...