Mi Homilía en el funeral de Don Santiago
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno como de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo.(Jn 6, 51)
Nos consuelan estas palabras, tantas veces escuchadas, tantas veces predicadas. Y… ciertamente, hoy necesitamos ese consuelo porque se nos ha ido un hombre bueno, un buen sacerdote… Y, por ello nos sentimos, como huérfanos…
Pero, nos consuela la promesa de que vivirá para siempre porque se alimentó y nos alimentó con Jesucristo, pan vivo, bajado del cielo. La creemos, la esperamos y pedimos que se cumpla ya en él tan consoladora promesa.
Y es que la vida entera de Don Santiago se gastó en esta tarea. Se dio a sí mismo, dándonos al único que nos vivifica: al Dios vivo, Jesucristo, que se entregó por nosotros hasta el último suspiro. Y supo hacerlo, Don Santiago, con discreción, sacrificio y dedicación plena. Mientras le respondieron las fuerzas, no recusó la tarea. Y cuando le fueron fallando, se nos fue internando en un retiro, silencioso y discreto, que lo habrá llevado derecho y sin tardanza, así lo creemos, hasta el Dios de la Vida.
Estoy seguro de que se podría contar mucho del buen hacer sacerdotal de Don Santiago, a su paso por La Santa, San Román (donde descubrió la vocación sacerdotal de nuestro recordado y querido José Luis, que nos dejó tan pronto), a su paso por Sorzano (donde tuve yo la dicha de que me encauzara también hacia el sacerdocio), el Sanatorio de San Pedro, y, ya jubilado, el Archivo diocesano y San Bartolomé... Pero por mucho que contáramos nos dejaríamos, seguramente, lo más importante, porque él no trabajó para que lo pudiéramos contar, sino para ayudar a todo el que pasó a su lado, fuera quien fuera. Y ayudó en lo espiritual y en lo material, que no era hombre, de andarse con distingos ni remilgos. Que era un sacerdote, perdóneseme la expresión, “todo terreno”, que nos ha dado la gran lección de no ir por la vida dando lecciones, sino callando, trabajando, sirviendo y sin recusar nunca ninguna tarea sacerdotal, por ardua o penosa que fuera.
Nació y se crió bajo la sombra de la Virgen del Cortijo en su Soto natal, y esa sombra maternal le acompañó en el ejercicio delicado y esforzado de su ministerio hasta este diez y nueve de mayo, mes de la Virgen, en que tan discretamente se nos ha ido.
Tuvo, hasta el final, la ayuda y el cuidado abnegado de su hermana Manoli, que le ayudó a abrir su casa parroquial a toda persona que llamó a la puerta. Y cuando ya no fue posible mantener la casa, también el lugar que han ocupado en el Hogar sacerdotal, se convirtió en rincón de acogida para todo el que ha querido acercarse, y compartir con ellos, no los achaques, que supieron sobrellevarlos sin ahogar ni ahogarse, sino la esperanza, el optimismo y la alegría.
Por todo ello esta misa, aquí en el Seminario, donde Don Santiago se formó como sacerdote, no es en absoluto un rito triste, sino esperanzado y muy consolador. Sobre todo porque participaremos, en sufragio y en recuerdo suyo, del mismo Pan Vivo bajado del cielo, Jesucristo, que Don Santiago nos repartió a manos llenas mientras vivió entre nosotros y del que confiamos vivirá ahora para siempre en la gloria.
Que así sea.
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Marvin Mundo -