Sexto día de la novena a Santa Eufemia
Yo, Eufemia de Calcedonia, doy testimonio de mi vida y martirio:
Sufría porque mi familia no compartía mi entusiasmo cristiano y me recriminaba que me apartara de las costumbres, ritos y espectáculos en los que mis padres y familia participaban. Pero como me querían bien, me respetaban y me dejaban cierta libertad, siempre que no les comprometiera a ellos o a su posición social.
Admiraba, sobre todo, a los míos la solicitud que yo tenía por los pobres y los enfermos, a los que atendía en compañía de otros miembros de la comunidad cristiana. Cuidaba principalmente de algunas viudas que lo pasaban mal y, convencía a mis padres para que me dejaran ayudarles con alimentos y ropa y, algunas veces, incluso con dinero, que ellos no se negaban a darles.
También les admiraba que viviera limpia y castamente y que no me adornara de joyas y vestidos caros como las demás jóvenes de mi edad y posición. Pero me veían tan feliz en ese extraño y nuevo estado de vida que yo llevaba, que no me molestaban, sino que me respetaban, e incluso me admiraban.
Y es que mi modelo era María de Nazaret, de quien no me cansaba de oír, en el evangelio que nos leían a la luz de las lámparas al amanecer del domingo, cómo respondió al Ángel cuando le anunció que sería la Madre de Dios: “Aquí está la Esclava del Señor”. En vez de considerarse emperatriz o gran dama se consideraba una esclava, por eso me cautivaba su humildad y procuraba imitarla.
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