Hoy me gustaría ser cristiano filipino
Y haber podido disfrutar de esa multitudinaria y millonaria (en asistencia) misa del Papa Francisco. Y sentir la fe joven y fresca de ese pueblo sacrificado, paciente y tan maltratado por las fuerzas de la naturaleza.
En las misas dominicales de mi parroquia he hecho mención de tan singular acontecimiento, invitando a los fieles a unirnos a esa multitud de cristianos y a tratar de aprender de su fe y de su entusiasmo.
Me alegra haber podido seguir este viaje del Papa, que me ha fortalecido en la fe y me ha alegrado infinito. Dios lo bendiga, Santo Padre, y lo cuide en su regreso a esta tierra nuestra, más fría y más envejecida en su fe.
Así termino el Papa su hermosa homilía:
Un niño frágil, que necesitaba ser protegido, trajo la bondad, la misericordia y la justicia de Dios al mundo. Se enfrentó a la falta de honradez y la corrupción, que son herencia del pecado, y triunfó sobre ellos por el poder de su cruz. Ahora, al final de mi visita a Filipinas, los encomiendo a él, a Jesús que vino a nosotros niño. Que conceda a todo el amado pueblo de este país que trabaje unido, protegiéndose unos a otros, comenzando por sus familias y comunidades, para construir un mundo de justicia, integridad y paz. Que el Santo Niño siga bendiciendo a Filipinas y sostenga a los cristianos de esta gran nación en su vocación a ser testigos y misioneros de la alegría del Evangelio, en Asia y en el mundo entero.
Por favor, recen por mí. Que Dios les bendiga.
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