Once años de la muerte de Mons. Eduardo Fuentes
Y lo celebro con alegría pero también con una gran añoranza. Alegría porque confío esté gozando de un cielo muy grande, ganado en la tierra con entrega, sacrificio y alegría. Y añoranza porque se siente la horfandad en que quedamos cuando él se fue.
En estos once años han cambiado muchas circunstancias y muchas personas. Su rica herencia de futuro no siempre se aprovechó debidamente. No ha sido fácil seguir adelante. Sin embargo aquí estoy celebrando este aniversario y encomendándome a él.
Nos queda su personalidad diáfana, elegante y acogedora. Nos queda su ejemplo claro y atrayente. Nos queda su empuje, su optimismo y su proyecto de servir. Nos quedan sus huellas que nos marcan un camino seguro.
Y en ese proyecto cabemos todos, no hay exclusiones. Y me siento feliz de estar en ello: sirviendo, aunque no se aprecie el servicio prestado. Sirviendo en lo poco que se puede servir. Sirviendo, a los de cerca y a los de lejos. Sirviendo a toda hora y muy feliz. Sirviendo sin esperar a cambio otra cosa que la satisfación de servir. Así lo aprendí de él y así quisiera seguir...
Sus huellas sacerdotales dejaron un camino por el que ahora marcho en la vida parroquial. Su sonrisa me acompaña y su ejemplo me estimula. Siguiéndo esas huellas yo también espero un día alcanzar la meta y como él ser feliz junto al Dios bueno que me quiere y junto a la madre de Dios que es también madre mia. Peregrino espiritualmente hasta su tumba en la catedral sololateca y le pido a la Virgen de la Concha que nos guarde y nos aliente.
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