La muerte de un sacerdote amigo
Se llamaba Pedro y pertenece a mi mismo presbiterio. Lo conocí hace años como seminarista y después lo he tratado, últimamente, como sacerdote. Párroco en mi mismo arciprestazgo, nos veíamos en los retiros mensuales y en otras múltiples ocasiones, para comer juntos y platicar.
Lo ví por última vez el sábado 16 de este mes con motivo de la fiesta patronal de su parroquia.
Murío repentina e inesperadamente el lunes, día veinte de agosto.Desde esta página mi reconocimiento a su amistad, a su compañerismo, a su ejemplo sacerdotal. Dios lo tenga feliz consigo y le recompense su trabajo ministerial, su fraternidad y amistad sacerdotal y su entrega hasta la muerte. Que la Virgen lo acoja en el cielo y consuele a su madre que ha quedado muy triste en la tierra.
De él quedará un recuerdo imborrable, en mi corazón, de alegría, optimismo y ganas de trabajar. Una amistad abierta, sincera y estimulante. Los varios miles de personas que acudieron a su entierro y el acompañamiento de prácticamente todo el presbiterio diocesanos y de algunos amigos sacerdotes de diócesis vecinas, testimonian su capacidad de hacer amigos y su amplia y fecunda relación ministerial. Ojalá que su falta se cubra con nuevas vocaciones al ministerio, que tanto necesitamos.
Gracias por todo ello, Pedro, y que en el cielo nos veamos.
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