Gracias, Monseñor Fernando Sáenz
Conocí a Don Fernando Sáenz hace más de veinte años, cuando él era obispo auxiliar de Santa Ana, El Salvador, y yo estaba recien llegado a Guatemala.
Siempre lo he visto asequible, directo y claro. Cuando lo hicieron Arzobispo de San Salvador, siguió siendo conmigo igualmente cercano.
Su confianza en mi tarea ministerial al frente del Seminario se basaba en la sintonía espiritual que manteníamos. Eso le bastaba para fiarse, escuchar las razones que le daba y hacerme cuantas sugerencias creía oportunas.
Enviaba seminaristas a que los formáramos de acuerdo con las directrices de la Iglesia. Quería que les enseñaramos a rezar, a trabajar y a entregarse sin condiciones a la vocación. Nunca hubo entre nosotros equívocos, sospechas o disimulos. Sino confianza y sinceridad, que nos permitió realizar sin problemas las tareas formativas.
Su casa estuvo siempre abierta para mi y los demás formadores. Lo vimos siempre como un padre, un maestro y un amigo.
Por eso, al llegar su jubilación, le doy sinceramente las gracias y le deseo un fructífero retiro en servicio a la Iglesia, como hasta ahora. Dios les bendiga, Don Fernando por su gran trabajo, por su gran entrega y por su amistad sincera.
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