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Un texto que hoy me recuerdan en las redes quienes fueron mis alumnos hace años

Un texto que hoy me recuerdan en las redes quienes fueron mis alumnos hace años

LA VIDA SACERDOTAL A LA LUZ DE“PERSONA Y ACCIÓN” DE KAROL WOJTYLA. Ángel María Pascual Pascual

(Un texto que escribí el 2005 en vísperas de mi cumpleaños, 13 de mayo)

Reflexión sobre la vida sacerdotal, como realización personal en libertad
Voy a tratar de aplicar, con un poco de atrevimiento, a la vida sacerdotal, las consideraciones que Karol Wojtyla, Juan Pablo II, hizo en su libro “Persona y acción”. Espero te ayuden, hermano sacerdote, en tu vida ministerial, como ayudan a la mía. Pienso que te permitirán profundizar y asentar tu entrega sobre motivaciones sólidas, que te permitan vivir sin tensiones y feliz.
“Persona y Acción” -afirma el biógrafo de Juan Pablo II, George Weigel- constituye el intento de Karol Wojtyla de proporcionar una versión coherente, intelectualmente sofisticada y pública de la base filosófica de la doctrina del Vaticano II sobre la libertad y su relación con la verdad. Para Wojtyla, era fundamental demostrar filosóficamente que la búsqueda humana del significado se dirige hacia algo que es, objetivamente, bueno. El dinamismo interno de nuestra libertad nos impele, por tanto, a tomar en serio la cuestión de lo que es en realidad bueno, que coincide además con lo verdadero.
“Dedico mis rarísimos momento libes -escribía el propio autor al P. Henri de Lubac- a una labor muy cercana a mi corazón y que se centra en el sentido metafísico y el misterio de la persona. Me parece que el debate se está llevando a cabo hoy en día en ese nivel.
Con “Persona y Acción”, -sigue afirmando Weigel- Karol Wojtyla creó una filosofía plenamente desarrollada de la persona humana en la que entra en diálogo con los lectores. Pese a lo mucho que exige del lector, Persona y Acción es, de hecho, una invitación a una conversación.
La clave de este libro es analizar en detalle las cuestiones filosóficas que implica aunar la más antigua “filosofía del ser” aristotélico tomista con la “filosofía de la conciencia” que había analizado en la tesis sobre Scheler (esto es, entender la relación entre la verdad objetiva de las cosas tal como son y nuestra experiencia subjetiva o personal de esa verdad).
El libro se inicia con una larga y rica introducción en la que Wojtyla reflexiona sobre la naturaleza de la experiencia humana sobre cómo conocen los seres humanos el mundo y la verdad de las cosas. El autor trata entonces de mostrar cómo nuestro pensamiento sobre el mundo y sobre nosotros mismos nos ayuda a entendernos precisamente como personas. Mientras que es cierto que algunas cosas simplemente “me suceden”, tengo otras experiencias en las que sé que estoy tomando una decisión y actuando según ésta. En tales experiencias, llego a conocerme a mí mismo, no como un revoltijo de emociones y percepciones sensoriales, sino como una persona, un sujeto o, según la expresión clásica, la “causa eficiente” de mis acciones. Ciertas cosas no me “suceden” simplemente. Yo soy el sujeto, y no meramente el objeto, de las acciones. Yo hago que las cosas sucedan, porque tomo una decisión y luego actúo libremente de acuerdo con ella. Por tanto, yo soy alguien, no simplemente algo (Testigo de esperanza, 241-243).
Estas explicaciones de George Weigel sobre el libro Persona y Acción, creo yo que se pueden aplicar muy atinadamente a la acción personal que constituye al sacerdote en tal, mediante la ordenación. El “ser ordenado sacerdote” no es algo que “le sucede a uno” inevitablemente, sino algo que uno hace que suceda, porque requiere, para su validez, que uno tome la decisión de ordenarse. Y, después para que la persona se realice como sacerdote, se requiere que la actuación sacerdotal sea libre y no forzada, o realizada mecánicamente. Esta reflexión llevará al sacerdote a procurar actuar, no movido por lo que siente, sino por lo que es, porque solo de ese modo podrá llegar a ser plena y felizmente sacerdote, contribuyendo al mejoramiento del mundo y no a su derrumbe.
En la acción moral -sigue explicando Weigel, a propósito de Persona y Acción-, ese alguien empieza a experimentar su propia trascendencia. Nuestra condición de personas argumenta Karol Wojtyla, está constituido por el hecho de que tengamos libertad, que lleguemos a conocer a través de verdaderos “actos humanos”. Al elegir un acto (pagar una deuda que he contraído libremente) en lugar de otro (no saldar mi deuda), no estoy simplemente respondiendo a condiciones externas (el temor a la cárcel) o a presiones internas (la culpa). Estoy eligiendo libremente lo que es bueno en esa libre elección también estoy ciñéndome a lo que sé que es bueno y verdadero. Y en la libre elección de lo bueno y verdadero, nos sugiere Wojtyla, podemos discernir la trascendencia de la persona humana. Voy más allá de mi mismo, crezco como persona, al comprender mi libertad y ceñirla a lo bueno y verdadero. A través de mi libertad, estrecho el abismo entre la persona que soy y la persona que debo ser.
Aplicar esto a la vida sacerdotal, pienso ayuda a vivir más sacerdotalmente y meno sensualmente. Porque obliga a pensar, a revisar la actuación propia, para ver si lo que la mueve es el auténtico ser sacerdotal, que se realiza en la libre elección de lo bueno y verdadero, no en lo simplemente apetecible. Sería importante plantearse este interrogante a la hora de planificar el trabajo sacerdotal, el descanso sacerdotal, las amistades sacerdotales, las relaciones, etc.
La libertad, según una moderna interpretación -señala a continuación Weigel-, es la autonomía radical: soy un yo porque mi voluntad es el principal punto de referencia para mi elección. Wojtyla no está de acuerdo. El autodominio, y no la autoafirmación, es indicativo de una verdadera libertad humana, asegura. Y yo logro el autodominio no al reprimir o suprimir lo que en mí es natural, sino al canalizar cuidadosa y libremente esos instintos naturales de mente y cuerpo  en acciones que profundicen mi humanidad porque se ajustan a las cosas tal como son. En la acción moral, no en la psiqué o el cuerpo, hallamos el centro de la persona humana, el núcleo de nuestra humanidad, pues es en la acción moral que la mente, el espíritu y el cuerpo llegan a formar la unidad de una persona.
También en la vida sacerdotal el cuerpo y la psiqué son muchas veces guía de actuación, que justificamos como autoafirmación, como libertad. Plantearnos la moralidad del actuar, como se indica en Persona y Acción, lleva al autodominio del cuerpo, de la imaginación, del instinto, y permite actuar sacerdotalmente, en unión personal de mente, espíritu y cuerpo. Esto lleva a no descuidar el cultivo de la mente, pues si se descuidara, sería el instinto, el cuerpo, una parte de nosotros, lo que nos domina, impidiendo la realización de nuestra personalidad de sacerdotes. Por eso, para el presbítero cultivar la mente no es una cosa secundaria y accidental, sino primaria y vital. No se puede olvidar, además, que la fe incide sobre la mente, no sobre el instinto. Y si la mente está atrofiada, inmóvil, la fe infundida, no se desarrollará, ni podrá iluminar el actuar sacerdotal, perdiéndose así el sentido del ministerio.
Weigel añade a continuación que la persona vive en el mundo con muchas otras personas. El libro Persona y Acción concluye, por ello, con un análisis de la acción moral en conjunción con todos esos “otros” que constituyen el campo moral en que nuestra humanidad se comprende y se trasciende a sí misma, o crece. Aquí, la antropología filosófica raya en ética social: ¿Cómo deben las personas libres vivir juntas? Como cabría esperar, Wojtyla asume una postura que va más allá del individualismo y el colectivismo. El individualismo radical supone una visión inadecuada de la persona humana, porque solo crecemos en nuestra propia humanidad a través de la interacción con otros. El colectivismo no es realizable porque despoja a la persona de la libertad, y por tanto de su propia condición de persona. Una vez más, sugiere Wojtyla, la cuestión se plantea mejor en términos que consideren al individuo y el bien común simultáneamente. 
El sacerdote se encuentra a menudo con que esta dimensión de la persona le causa problemas, con los que no había contado al inicio de su vida ministerial. Necesita por ello reflexión, serenidad y soluciones. El libro Persona y Acción ofrece una preciosa orientación al respecto.
Comenta Weigel: Al desarrollar su teoría de la participación Wojtyla analiza cuatro “actitudes” ante la vida en sociedad. Dos son incapaces de alimentar una sociedad verdaderamente humana. El “conformismo” no es auténtico porque implica abandonar la libertad. “Otros” me controlan de tal manera que mi ser se pierde en el proceso. La “no participación” tampoco es auténtica, porque es solipsista. El desligarme de los “otros” da como resultado final la implosión de mi ser. La “oposición” (o lo que podría llamarse “resistencia”) puede suponer un enfoque auténtico de la vida en sociedad, si implica resistencia ante costumbres o leyes injustas con vistas a liberar la plena humanidad de otros. También está la “solidaridad”, la principal actitud auténtica hacia la sociedad, en la que la libertad individual se utiliza para servir al bien común, y la comunidad sostiene y soporta a los individuos a medida que se desarrollan hasta adquirir verdadera madurez humana. “es esta actitud -escribe Wojtyla- la que permite al hombre llegar a la plenitud personal al complementar a los otros”.
Al sacerdote se le pide formar parte de un presbiterio, lo que se concreta en una colaboración, a veces demasiado estrecha y sin suficientes delimitaciones, en el trabajo parroquial con otros. Aquí es donde puede ayudar las consideraciones de Persona y Acción. 
Como se indica en esta obra la actitud correcta en el presbiterio y en la vida parroquial no es el “conformismo” que supondría abandonar la libertad para entregarse a lo rutinario y esclavizante de hacer simplemente lo que todo el mundo hace o lo que otro indica. La “no participación”, el aislamiento, tampoco sirve porque uno termina “explotando” hacia fuera o “implosionando” por dentro, para terminar en el psicólogo o en el psiquiatra. La “oposición” o la “resistencia” solo caben cuando nos topamos con la injusticia manifiesta, que hay que denunciar ante las instancias pertinentes en vez de hacerla objeto de murmuraciones y chismes, que no solucinan nada. Para ello el presbítero debe apreciar los órganos de gobierno del obispo y pedir la aplicación equitativa de las leyes canónicas, que permiten defenderse y defender. Frecuentemente se desprecian y eso lleva a sentirse indefenso y sin recursos, refugiándose en amistades, a veces demasiado equívocas. Queda pues, como la actitud más adecuada para vivir en el presbiterio, la “solidaridad”. Con ella no se renuncia a la libertad, pero no se piensa tanto en el bien personal, cuanto en le bien común, el servicio de la parroquia y del Evangelio, estando dispuestos a dar explicaciones de los propios actos y a escuchar lo que los demás pueden decir.  Ser solidarios es hacerse, no retorcidos y complicados, sino sencillos. Y no tener una doble vida, fabricada con mentiras que ni uno mismo se cree y que todos terminan conociendo, y que se derrumba, tarde o temprano, arruinado la confianza, la alegría y la felicidad de las personas de bien. Tiene, pues, mucha razón Karol Wojtyla cuando señala que “es esta actitud la que permite al hombre llegar a la plenitud personal al complementar a los otros”. Yo lo aplico al sacerdote, que tiene aquí una maravillosa posibilidad de alcanzar la plenitud sacerdotal, que le permitirá enriquecer al presbiterio y no arruinarlo. Para ello sería bueno examinar a menudo cómo andamos de solidaridad. 
Weigel añade que el primer logro de esta obra singular, Persona y Acción, fue demostrar que una ley del don forma parte de la condición humana. Lo que obliga a empeñarse en la lucha por conseguir que la persona que somos se rinda a la persona que debemos ser. Esa lucha solo puede resolverse mediante la autoentrega. La demostración de Wojtyla de la ley del don de si, puede ser captado por cualquiera lo bastante paciente para desentrañar un argumento filosófico. El segundo logro de Wojtyla como intelectual pastoralmente comprometido fue mostrar que no somos accidentes de la bioquímica o la historia, a la deriva en el cosmos. Podemos, como actores morales, convertirnos en protagonistas, no en objetos (o victimas), del drama de la vida. Se trataba de una demostración revestida de atractivo para aquellos que viven bajo la represión totalitaria y aquellos que están oprimidos por una sensación de anclada en el nihilismo.
Wojtyla llevaría también a cabo una profunda crítica del utilitarismo que impregna la cultura moderna -la tentación de medir a los demás por su utilidad financiera, social, política o sexual para mí-, mediante la demostración del hecho moral de que nuestra relación con la verdad, la bondad y la belleza es la verdadera sustancia de nuestra humanidad. Finalmente, Wojtyla mostraba que aceptar la verdad moral que implicaba la ley del don, no suponía un límite a nuestra libertad o nuestra creatividad. La verdad nos hace libres y nos permite vivir nuestra libertad hacia su objetivo, que es la felicidad.
Aplicado todo esto a la vida sacerdotal, los presbíteros podemos ser felices, muy felices, si no hacemos cálculos utilitarios para ver cómo trabajamos menos y descansamos más, si no estamos pendientes de nuestros derechos, sino siempre dispuestos a sacrificarnos, a presentarnos voluntarios, a darnos al ministerio. Nos sentiremos protagonistas de nuestro destino y disfrutaremos cada instante, cada servicio, cada trabajo. Y estaremos en lo que estamos, sin angustiarnos por descansar, por divertirnos, por beber, por viajar, por gozar… porque hallaremos satisfacción en leer, predicar, rezar, hacer grata nuestra compañía a los otros, o dormir en la casa, reposando solo en Dios, sin añoranzas. Y el descanso nos servirá para seguir trabajando sin tregua y llegar a ser la persona que se espera seamos, el sacerdote que hoy necesita el mundo para un verdadero cambio a mejor. Un cambio que lo salve. 
Los afanes pastorales, legítimos y siempre estimulantes, no deben ahogar los intelectuales, para no caer en un activismo que acaba vaciando y desencantando al presbítero. Estas reflexiones, que aquí concluyen, del gran pastor y padre Karol Wojtyla, Juan Pablo II, pueden ayudarte, hermano sacerdote, como me ayudan a mí, a plantearme el sentido de mis actuaciones sacerdotales. Son puro activismo alienante, si no las encauzo a diario hacia el bien y la verdad, que se me muestran en la reflexión, el estudio y la oración, que procuro cuidar como el primer y fundamental compromiso pastoral. Dios no me pide para ello horas, me piden momentos, me pide atención y me pide empeño. ¿Se lo puedo negar a Él, que me ha entregado su vida entera?
Ángel María Pascual Pascual, Año de la Eucaristía 2005.

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