Vela al Santísimo con la Virgen Dolorosa
Aunque la Virgen se quedó en el Cenáculo mientras Jesús salió hacia el huerto de los olivos para orar, lo acompañó con su afecto y con su oración. Nosotros, unidos a ella, queremos acompañar a Jesucristo en esta noche de agonía y de salvación. Lo hacemos, adorándolo en la Eucaristía, donde se ha quedado sacrificado por nosotros, mientras escuchamos el relato de su oración en el Huerto y pedimos por la salvación del mundo entero.
Lectura del Evangelio de San Lucas:
Salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: -Orad, para no caer en la tentación. Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado, oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: -¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación. Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús.
Meditación (del libro de Benedicto XVI “Jesús de Nazaret, II”):
En esta plegaria de Jesús podemos distinguir tres elementos. En primer lugar la experiencia primordial del miedo, el estremecimiento ante el poder de la muerte, el pavor frente al abismo de la nada que le hace temblar e incluso, según San Lucas, le hace sudar como gotas de sangre.
Precisamente porque es el Hijo, ve con extrema claridad toda la marea sucia del mal, todo el poder de la mentira y la soberbia, toda la astucia y la atrocidad del mal, que se enmascara de vida pero que está continuamente al servicio de la destrucción del ser, de la desfiguración y la aniquilación de la vida. Precisamente porque es el Hijo, siente profundamente el horror, toda la suciedad y la perfidia que debe beber en aquel “cáliz” destinado a Él: todo el poder del pecado y de la muerte. Todo esto lo debe acoger dentro de sí, para que en él quede superado y privado de poder.
La somnolencia de los discípulos sigue siendo a lo largo de los siglos una ocasión favorable para el poder del mal en el mundo, por toda la injusticia y el sufrimiento que devastan la tierra. Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; se tranquiliza pensando que, en el fondo, no es tan grave, para poder permanecer así en la autocomplacencia de la propia existencia satisfecha. Pero esa falta de sensibilidad de las almas, esta falta de vigilancia, tanto por lo que se refiere a la cercanía de Dios como al poder amenazador del mal, otorga un poder en el mundo al maligno.
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