Una revolución profunda, duradera y universal
La que comenzó en Pentecostes. La que aún seguimos necesitando.
No comenzó por la fuerza de las armas, ni por las finanzas, ni siquiera por la cultura.
Comenzó en los corazones de hombres sin poder, sin estrategia, sin nada.
Pero Dios les cambió el interior y se les quedó pequeño el mundo. Hicieron la gran revolución: liberaron esclavos, quitaron temores, potenciaron lo humano y abrieron las compuertas del Espíritu, que hizo reverdecer la tierra y los corazones secos.
Hoy contamos con la misma fuerza, la del Espíritu Santo ¿la apreciamos?, ¿la respetamos? ¿colaboramos con Él?
¡Vén espíritu divino, entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos!
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