Recuerdos de Mons. Eduardo Fuentes en su aniversario (II)
Recuerdo que el Obispo Eduardo Fuentes llegaba cansado de sus correrías por la diócesis de Sololá y bromeaba con nosotros, desdramatizando los problemas y haciéndonos descansar, olvidando su propio cansancio, con su buen humor, su serenidad y su gran sentido sobrenatural. No se me olvidan algunos chistes que insertaba, con cierta gracia y mejor voluntad, en la conversación cuando estábamos tensos y desasosegados. Los contaba con tanto deseo de superar el bajón de ánimo que los recibíamos con inmenso agradecimiento. Lograba así que encauzáramos más serenamente los conflictos, permitiéndonos encontrar soluciones más adecuadas y realistas.
Lo que más me llamó la atención, en los diez años que conviví con él, era su gran corazón, su afecto, su preocupación por todos y cada uno, su conocimiento profundo de las personas, su imparable y extenso afán apostólico. En concreto, llegaron varios seminaristas, directamente tratados y animados vocacionalmente por él, que hoy son sacerdotes.
Se desvivía por acompañar, las veces que se lo permitían sus ocupaciones diocesanas, a los seminaristas, en las salidas que se hacían, por los alrededores del Seminario, caminando. Ponía un empeño entusiasta en las numerosas clases que impartía, sobre todo en los comienzos, y era benévolo al calificar el rendimiento, animando siempre a los alumnos más retrasados. Y, cuando se fue cargando de ocupaciones, procuraba encontrar unos momentos para platicar y reír con formadores y seminaristas, que agradecíamos infinito sus detalles.
En la foto aparezco con Mons. Eduardo y otros sacerdotes en Honduras en una inolvidable convivencia sacerdotal. Me parece que era el año 1990.
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