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La Semana Santa En Guatemala

La Semana Santa En Guatemala

 

Mi experiencia de veinte años (1987-2007). Conferencia en la Iglesia de San Francisco en Calahorra, organizada por la Cofradía de la Santa Vera Cruz.
Por primera vez, tras el parón de la pandemia, que nos impidió celebrar los actos masivos y populares de la Semana Santa, me dispongo a participar de la Semana Santa de Calahorra. Lo hago con ilusión y muchas ganas, pues he oído ponderarla, he visto su preciosa imaginería, y he conocido a los dirigentes de la Cofradía, y me han abierto muchas expectativas.
Mi experiencia guatemalteca quiere ayudar a vivir mejor esta semana Santa, porque mostraré lo que la diferencia de la de Calahorra y lo que las une. Quiero mostrar que es algo tan grande lo que celebramos en esa santa Semana, que es capaz de arraigar, crecer y fructificar en pueblos con historias diversas, culturas diversas, pero con una común humanidad y una fe bien arraigada. Y es que la Semana Santa es algo divino, que ocurrió en la historia humana, en un pueblo y momento concretos, que modificó y transformó la historia y la vida de la humanidad entera.
Agradezco a la Cofradía por la invitación y a los aquí presentes, por darme la oportunidad de reflexionar y exponer lo que llevo en mi corazón sobre la Semana Santa, que me permitió vivirla 20 años con gozo y provecho en Guatemala, esperando vivirlos en Calahorra, al menos otros tantos, con el mismo gozo y provecho ¡Gracias!
TRES PECULIARES IMÁGENES DE LA SEMANA SANTA GUATEMALTECA
Las manifestaciones tradicionales de la Semana Santa Guatemalteca, al menos las que yo viví durante veinte años en Sololá, ciudad del altiplano a dos mil metros de altura sobre el nivel del mar, son muy expresivas: representan vivamente el dolor de Cristo y su Madre, que se acompañan con alfombras de flores y de serrín y múltiples adornos que anuncian su victoria. Las iglesias, pequeñas y grandes, en los pueblos y las aldeas, se “riegan” de pino y se perfuman con el fuerte olor de una planta típica llamada Corozo. El Santo Sepulcro se ilumina, se inciensa, y sus andas se alargan, necesitando muy numerosos portadores, para anunciar el triunfo de la resurrección. Se regalan las familias panes dulces, que son una delicia de niños y mayores, dejando de lado por un día las imprescindibles tortas de maiz.
No harían fiesta por el cadáver de Cristo si no supiesen que resucitó. Así las procesiones, las tradiciones y fiestas, son un Evangelio escenificado, que procuran hacer vida, no solo en la Semana Santa y en las calles, sino también en el resto de las semanas y en la propia vida.
Pero si algo peculiar se puede destacar son estas tres imágenes que recuerdo especialmente.
UNA SINGULAR CRUZ PROCESIONAL BARROCA DE PLATA
Cuando en el siglo XVI el Evangelio se predica en Sololá, los evangelizadores no vienen sólo con el libro de los evangelios, traen también en sus manos toscas cruces de madera. Y muy pronto, cuando el Evangelio penetra ya las conciencias, los buenos cristianos sololatecos, sustituyen, por plata, la madera. Y adquieren esta joya de la Santa Cruz de Sololá, que nos dejaron en herencia, procurando que la señal de la cruz, señal de vida y victoria, brillara como la joya mejor en el singular joyero que componen este lago, los volcanes y esta fecunda tierra.
Celebramos, pues, la Santa Cruz, con el entusiasmo y fervor con que se viene celebrado desde hace siglos y lo hacemos sin olvidar su sentido y tratando de grabar en nuestras mentes y corazones el profundo misterio que ella encierra.
La Emperatriz Santa Elena viajó por tierra y por mar, hasta dar, en Jerusalén, con la “Vera cruz” de Cristo. Los misioneros cruzaron océanos, atravesaron selvas, abrieron caminos, para traernos este signo de vida. Nosotros queremos festejarla una vez más y vivir siempre a su sombra y descansar algún día bajo ella. Porque conocemos el misterio. Porque creemos en él. Porque esperamos la victoria de Cristo Crucificado. Con María, la mujer fuerte que, mientras los discípulos huían, permaneció junto a la Cruz, con el Discípulo Amado, con tantos santos que nos han precedido, con tantos buenos sololatecos, que veneraron esta misma y venerable Santa Cruz, con todos los que vengan tras de nosotros.
LA IMAGEN ARTICULADA DE JESÚS NAZARENO QUE BENDICE
Hay una imagen de Jesús Nazareno en Sololá, que sale en procesión Jueves y Viernes Santo. Se trata de una de esas populares imágenes de vestir que pueblan la Semana Santa Guatemalteca. El rostro es lo mejor de la imagen, pues expresa serenidad en el dolor y cierta majestad que impresiona. Pero lo peculiar de la imagen es que el Jueves Santo, en la procesión que recuerda la salida de Cristo del Cenáculo a Getsemaní y su apresamiento, el brazo articulado de la imagen, es movido mecánicamente simulando una bendición, que el pueblo sigue con especial complacencia. Aunque el rito no tiene fundamento en el evangelio y se pudiera presta a equívocos, no deja de hacerme evocar al Cristo que, en los enfermos y moribundos, me bendice cada vez que en ellos lo consuelo.
LA CONCHA DE PLATA ENMARCANDO A LA VIRGEN DE LOS DOLORES, PATRONA DE LA DIÓCESIS DE SOLOLÁ-CHIMALTENANGO
En la Iglesia Catedral de esta ciudad de Sololá se guarda una singular imagen de la Virgen María, que da sentido, y es testigo cualificado de su historia. La imagen es copia reciente de una valiosa obra de arte, que fue robada en el mes de marzo de 1999.
Aquella imagen original era una preciosa concha, de madera, revestida de plata, que enmarcaba la imagen de la Virgen de los Dolores, pintada al óleo y adornada con corona de oro, sobre el manto, y puñales, también de oro, en el pecho.
Me gustaría saber, para poderlo contar, el nombre del que pintó la imagen original y del orfebre que cubrió la madera de plata y repujó el metal con numerosos adornos, pero no dejaron su firma.
Tampoco dejaron rastro los ladrones, que al llevarse la imagen, arrebataban al pueblo la historia a ella asociada, pensando sin duda que así se borraría de la memoria colectiva, pudiendo escribirla de nuevo a su gusto, sin testigos molestos. Pero esos ladrones no contaban con la prodigiosa memoria del pueblo. Este relato pretende que no se pierda, ayudándola por escrito a seguir viva, apoyada por la imagen, rescatada de alguna forma, en su copia.
Recuerda este pueblo cómo llegó a Sololá la preciosa imagen. Lo cuentan los mayores del lugar, supliendo con imaginación los datos que no consignan los historiadores, pero sin faltar a la verdad de la historia.
Los expertos en orfebrería religiosa sitúan la elaboración de la Imagen en el siglo XVIII, momento en que se alcanza un alto grado de desarrollo en el arte colonial guatemalteco. Numerosas obras de platería se elaboraron en los talleres de Quetzaltenango, Cobán, San Salvador y Santiago de los Caballeros (Antigua Guatemala). De alguno de ellos salió la imagen de la Virgen y su Concha de Plata. Encargada por el Padre Guardián del Convento Franciscano de Sololá, que ocupaba, con la imagen de la Asunción, también recubierta de plata, uno de los retablos de su Iglesia.
Las personas mayores, siempre imaginativas, dicen que vino la imagen en el “cacaxte” de un humilde mercader indígena, que vendía toda suerte de productos del campo y baratijas diversas, montando su puesto en el mercado, como aún hoy los siguen haciendo los labriegos y comerciantes del lugar.
Cuentan que, cuando al día siguiente, quiso dejar Sololá y se puso el “mecapal” para levantar su cacaxte, no pudo levantarlo del suelo, porque pesaba una tonelada. Los curiosos, que le ayudaron a descargar el frijol, el anís, el arroz, las habas y lo demás, comprobaron que lo que pesaba era la imagen. Llamaron a los más fuertes, y nadie logró ni siquiera mover una pulgada la Concha de Plata.
La imaginación y la historia se dan la mano, cuando recuerdan que intervino el Padre Guardián del Convento, el párroco del lugar, que afirmó se trataba de una señal de lo alto que significaba que, por designio del cielo, la Imagen se debiera quedar para siempre en Sololá.
¿Qué vieron los sololatecos en esta imagen, que la sintieron tan suya, que no habría fuerza human capaz de arrancarla de Sololá? Vieron, sin duda, un símbolo valioso y claro, que solo el mirarlo les ayudaba a entender su propia vida, su historia, y a encontrar sentido a su existir. Por eso la sintieron suya, por eso contaron la bella leyenda de su origen, olvidando al pintor y al platero para quedarse únicamente con la voluntad de la Virgen que quería quedarse para siempre con ellos.
Estas tres devotas imágenes me acompañaron durante veinte felices años y, a través de ellas, viví con el querido pueblo guatemalteco una piedad sencilla y solidaria que me hizo muy feliz. Por ello doy cada día gracias a Dios.

 

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