Acerquémonos a Belén en Navidad
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Y, por ello, hermanos, en este día os deseo de corazón: ¡Feliz Navidad! Porque ya disfrutamos en nuestro interior de esa victoria de nuestro Dios, aunque por fuera sigan los fríos, y la crisis, y tantas cosas que no van. Pero el Niño Dios ha traído el futuro: un futuro de felicidad y no de desgracia. Pero un futuro que hay que ganar con esfuerzo, con justicia, y con caridad.
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. ¿Estaremos dispuestos a escucharlo? ¿Tendremos tiempo para ello o estaremos demasiado ocupados en nuestras cosas?
Al menos en este día de Navidad, queremos hacer silencio y escuchar lo que Dios viene a decirnos desde su humilde cuna de Belén. Porque a quienes les escuchan les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Que no decaiga, pues, nuestra fe. Que no se enfríe. Que la mantengamos joven y fresca con la oración, con la catequesis, con la participación en la Santa Misa y en los sacramentos de la Iglesia y con una esforzada vida cristiana. Y así no andaremos a oscuras. Y nuestra vida tendrá sentido, suceda lo que sucediere. Y seremos felices aunque no todo nos vaya bien.
Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad. Es una gloria que no asusta, que no se impone. Porque se oculta en la sonrisa inocente de un recien nacido; en la pobreza de un pesebre; en la sencillez de un portal. Acerquémonos sin miedo, aunque no nos creamos dignos, aunque nos sepamos frágiles y pecadores. Porque Dios tiene cara y manitas de niño, y de sus labios y de sus manos brota para nosotros el perdón y la misericordia. Y, si aún sabiendo esto, tememos acercarnos, acudamos a María, su madre y nuestra, y a San José, nuestro Padre y Señor, y ellos nos llevarán de la mano y mejoraremos al entrar en contacto con la santidad de Dios.
Y así nuestra Navidad será dichosa. Y haremos felices a los que están a nuestro alrededor. Porque no se puede estar con Dios y descuidar nuestras obligaciones familiares, de amistad, o de trabajo. Ahora, en la comunión, lo recibimos en el corazón. Acojámoslo con fe y con alegría y pidámosle lo que necesitamos, que nada nos negará. Que así sea.
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