Conmovedora visita del Papa a una cárcel de Bolivia
La carcel Bolibiana de Palmasola está situada en el tejido metropolitano de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más populosa de Bolivia con casi dos millones de habitantes y es, a su vez, una «mini-ciudad», en buena parte autogestionada por los presos de las diversas categorías. En algunos pabellones, los carceleros no entran nunca.
Hay, sorprendentemente, casas privadas de algunos presos, pequeños comercios, y niños que no deberían crecer en ese ambiente pero quizá es mejor que estén con su familia que en la calle.
La cárcel es tan grande, que el Papa recorrió sus calles, similares a las de cualquier barrio pobre, en un carrito de golf. Los más cercanos le daban la mano o se la besaban al pasar. Después, se apeó y comenzó a mezclarse con los detenidos: besaba a los niños, estrechaba las manos de las madres, de mujeres y de hombres, mientras la gran mayoría de los presos le esperaban cantando en el campo de futbol, sentados en sillas de plástico.
El Papa había preparado personalmente el texto de un discurso en el que declaraba con sencillez: «El que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de sus muchos pecados». Es una idea muy suya, que volvería a mencionar en la despedida: «Por favor, les pido que sigan rezando por mí, porque también yo tengo mis errores y debo hacer penitencia».
Aunque lo más importante era el gesto de ir a visitar los pabellones, intercambiar besos y abrazos, sonreír, las palabras también tuvieron su importancia.
Me conmueve, me anima y me interpela ¡Gracias, Santo Padre!
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