Recuerdos de Mons. Eduardo Fuentes en su aniversario (IV)
No recuerdo enojado a Monseñor Eduardo. Se dominaba y tenía un aguante fuera de lo común. Su sentido positivo era absoluto. No admitía derrotismos, ni consideraciones negativas. Le gustaba ensalzar lo bueno, logrando así que las personas mejoraran a su lado.
En los días de su enfermedad lo recuerdo olvidado de sí, con una sonrisa para quienes le visitábamos, que nos dejaba confortados. En aquellos meses duros, que le llevarían a la muerte, llamó muchas veces por teléfono al Seminario, interesándose por todo y por todos. Yo le escuchaba conmovido y, como no veía su cuerpo consumido, me parecía que estaba como en sus buenos tiempos, pues su voz era fuerte y animosa. Una voz, por cierto, que, aunque no tenía buen oído musical, empleaba con generosidad para cantar con entusiasmo, bromeando muchas veces sobre su personal deficiencia para entonar los cantos.
Trabajar con él era un gusto, pues no abrumaba con indicaciones, sino que prefería estar al lado acompañando, dando confianza y sugiriendo soluciones. También recuerdo los días de descanso en las convivencias sacerdotales que compartimos durante diez años. Era divertido, ingenioso y se volcaba con los demás, disfrutando del juego incluso cuando perdía. A su lado las situaciones más complicadas se hacían fáciles. Yo no recuerdo de los años compartidos, acontecimientos traumáticos, porque Monseñor Eduardo con su serenidad y ponderación fundía el hielo y apagaba el fuego. Y es que, además de buen Pastor, siempre fue, y sigue siendo, un gran amigo.
Finalizo este relato de recuerdos, que escribí el año pasado con motivo del 15 aniversario del fallecimiento de Mons. Eduardo, y que se publicó en un nuemero especial de revista en el Seminario de Sololá. La foto está tomada en San Andrés Semetabaj en el año 1988 y aparece Mons. Eduardo y Don Pedro Rodriguez que nos visitó ese año.
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Angel Mª Pascual -
Miguel Ángel -