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Un joven que supo elegir lo mejor: Eduardo Fuentes Duarte

Un joven que supo elegir lo mejor: Eduardo Fuentes Duarte

           A finales de los sesenta se vivió en el mundo entero la revuelta estudiantil más impresionante que recuerda el mundo. Comenzó en París en mayo de 1968 y se extendió, como reguero de pólvora, a todas las universidades del mundo, que dejaron de servir a la vida intelectual para promover la acción política revolucionaria.

            Por aquellos años estudiaba ingeniería un joven guatemalteco que se Llamaba Eduardo Fuentes Duarte, a quien conocí yo desde 1986 hasta 1997, en que murió con sólo 56 años.

            Le oí contar muchas veces cómo algunos de sus compañeros universitarios, tomaron las armas y se lanzaron al monte, iniciando una guerra de guerrillas que duró treinta y seis años y que se saldó con la muerte de más de setenta mil personas, la gran mayoría civiles masacrados por los bandos en litigio.

            A los guerrilleros los apoyaron muchos ideólogos cristianos, incluso sacerdotes, que justificaban el recurso a la violencia como el único medio para transformar una realidad social injusta. Pensaban que los laicos cristianos únicamente promoverían la instauración del Reino de Dios, el reino de la justicia, instaurando por las armas un régimen político socializante que traería la igualdad y la felicidad definitiva del pueblo, hasta entonces oprimido.

            El estudiante Eduardo Fuentes no siguió esta línea. Aunque se tomó muy en serio la realidad sangrante de su pueblo. Pero lo hizo sin justificar el recurso a las armas, y promoviendo la toma de conciencia de los laicos de sus responsabilidades civiles, familiares, económicas, culturales, etc. Y, para ayudar en esta tarea dejó en el último año sus estudios de ingeniería y se hizo sacerdote, llegando poco después a ser uno de los obispos más jóvenes y prestigiosos de Guatemala.

Cuando en 1993, llevaba yo para entonces siete años en Guatemala, se firmaron los acuerdos de paz que pusieron fin al conflicto armado, Eduardo había transformado la diócesis de Sololá, ayudando a crear una estructura de pacificación y de regeneración que ha producido abundantes frutos en todos los campos. Sus compañeros universitarios, ya envejecidos por el odio y la guerra sucia, que la comandaron desde fuera del país, se encontraron a su regreso un pueblo masacrado y sumido en una miseria mayor aún que en los años setenta y marcado por una perversión y corrupción, nada fácil de superar.

Ahí se vio claro cual es la vía para transformar la sociedad: la responsabilidad y el sacrificio callado, y no la violencia, el odio y la ideología materialista.

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