En memoria de Monseñor Oscar Barahona, Obispo emérito de San Vicente, El Salvador
Elevo una oración agradecida por el eterno descanso de Monseñor Oscar, nada más enterarme de su fallecimiento.
Lo conocí allá por el año 1992 y lo traté hasta su retiro con mutua confianza y mutuo respeto.
Admiré en él su sencillez, su gran piedad mariana, su delicadeza en el trato, su gran empeño por suscitar y formar sacerdotes, sus convicciones arraigadas y su entrega sacerdotal.
Él escuchaba atentamente y exponía con claridad su postura. Quería sacerdotes sencillos que no andaran sobrados de ciencia. No buscaba número, sino arraigo, piedad y afán apostólico.
Se fiaba de los formadores, pero procuraba seguir directamente a cada seminarista. Era paternal en el trato, firme en las decisiones y muy claro en sus orientaciones.
Queriendo acertar, buscó siempre lo que consideró más adecuado para formar a los sacerdotes y lo que juzgaba más acorde con las disposiciones de la Iglesia. Y pienso que se notaba a las claras su garan cariño a los seminaristas.
Dios le pague, Monseñor Oscar, sus vida entregada. Yo le agradezco su confianza y el trato amable que siempre nos dispensó a los formadores de muchos de sus sacerdotes.
Especialmente guardo un recuerdo entrañable de su solícita acogida cada vez que visitábamos su diócesis y su empeño en que sus monjitas nos trataran obsequisamente cual al mismo Cristo. Cosa que hacían con solicitud y delicadeza, que sigo recordando, y aún añorando, a pesar del paso de los años.
Que la Virgen, a la que tanto quiso usted, Monseñor Oscar, y cuya devoción tanto promovió, lo reciba con un gran abrazo en el cielo y pueda disfrutar de una gloria muy grande en compañía de los santos. Mil gracias y descanse en paz.
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