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Semetabaj Hispano: Espiritualidad, pastoral, cultura y amistad.

Homilias para Villamediana

¡Jesucristo quiere sanarnos!

¡Jesucristo quiere sanarnos!

Le llevaron a Jesús todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”.

Escuchando este relato de San Marcos, nos parece oír el bullicio del gentío y desearíamos haber estado allí, buscando a quien es fuente de salud. Pero, no olvidemos que Cristo vive, ha resucitado, y se hace presente en su Iglesia en la Eucaristía y en los demás sacramentos. Y además  he encomendado a los suyos: “¡Sanad a los enfermos!

La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da vida eterna” (Catecismo) .

No dejemos de acudir a esta fuente de salud ¡La tenemos tan cerca!

Jesucristo, un guía seguro y eficaz

Jesucristo, un guía seguro y eficaz

“Se quedaron asombrados –leemos en el evangelio de la misa del domingo- de la enseñanza de Jesús, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”.

¿Estamos convencidos de que Jesucristo es el guía que necesitamos para no desorientarnos en esta confusa sociedad? ¿Dedicamos tiempo a la oración, a la participación en la misa dominical, a alguna actividad religiosa formativa que nos ofrezca la parroquia o la diócesis? Los grupos bíblicos parroquiales, por ejemplo, son una valiosa oferta que nos hacen las parroquias ¿los conocemos? ¿Participamos en ellos?

Lo escribió con gracia San Juan de la Cruz: “Porque en darnos Dios, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra…; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo.”

Con Cristo, pues, orientaremos a tantos desorientados como abundan en nuestra sociedad. Tal vez sin ellos saberlo, esperan que les ayudemos, ¡no los podemos defraudar!

Preparemos la Navidad

Preparemos la Navidad

Esperamos la Navidad tal vez demasiado a lo pagano. El evangelista San Marcos, que nos acompañará en la misa de todo este año litúrgico, recién comenzado, corrige nuestras expectativas, indicando que esperamos al que nos “bautizará con Espíritu Santo”.

Necesitamos, pues, corregir esa visión consumista de la Navidad, que la reduce a comer y beber y esperar nos toque el gordo de la lotería y tener regalos caros en Reyes. La Navidad nos trae mucho más, pero necesitamos despertar en nuestro espíritu la fe bautismal para poderlo percibir.

La Navidad nos trae a Dios. Y Dios nos cura del materialismo agobiante con su Espíritu regenerador, con su Espíritu Santo. Tal vez podíamos irle dando lugar al Espíritu en nuestra alma y en nuestro horario, sacando en estos días tiempo para orar y vivir un poco más desprendidos de la televisión o el ordenador y ser un poco más solidarios con los necesitados ¿Lo intentamos? 

En la I Jornada mundial de los Pobres

En la I Jornada mundial de los Pobres

Pasa al banquete de tu Señor”. El creyente puede aportar a esta sociedad nuestra, tan empobrecida en valores, honradez, transparencia, justicia, y caridad, que son bienes más valiosos que los meramente económicos, porque tiene miras elevadas y cuenta con auxilios más altos que los simplemente humanos, ya que le empuja la gracia de Dios y aspira a una recompensa divina.

Por eso el auténtico creyente, convierte su trabajo en oración y sus afanes humanos en ansias apostólicas, contribuyendo así a que en la ciudad terrena haya sitio para todos, se reduzca la pobreza y no se aspiere sólo a los biens materiales.

No cabe duda que esperar la recompensa del banquete que Cristo promete presta fuerza para luchar por la justicia y para erradicar toda pobreza ¡Pongámos esperanza a nuestro alrededor transmitiéndola a los que carecen de ella! Será un buen modo de celebrar la Jornada de los Pobres.  

Amar a Dios y al prójimo nos hace libres

Amar a Dios y al prójimo nos hace libres

En un mundo oscurecido por la ambición y el poder, se necesita la luz de Cristo. Y nosotros, los creyentes estamos llamados a difundirla con el ejemplo, y la palabra. Una luz que libera, pues “en la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y el mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado” (Catecismo de la Iglesia Católica).

La adoración del Dios único nos libera del repliegue sobre nosotros mismo y el amor al prójimo nos ensancha el corazón. Amar a Dios y al prójimo es, como enseña Jesús en el evangelio de este domingo, camino de libertad: arduo, pero hermoso; duro, pero atrayente. Merece la pena seguirlo y llenarlo de indicadores amables para que se transite fácil por el ¿Lo intentamos?

 

“A Dios lo que es de Dios”

“A Dios lo que es de Dios”

No se trata, nos aclara Jesucristo en el Evangelio de este domingo, de contraponer deberes, dedicándonos a las cosas de Dios, con olvido del trabajo, el estudio o la convivencia con los demás. Si damos a Dios lo que es suyo, sentiremos que nos empuja hacia el prójimo. Y descubriremos que hay tiempo para Dios y para los otros.

Nos enseñó a vivir de esta manera San Juan Pablo II, cuya fiesta es hoy domingo, día en que comenzó su gran pontificado que cambió el siglo XX. Vivió pendiente de Dios y volcado en los hombres. Defendió los derechos divinos y las libertades de pueblos y personas, sojuzgados por ideologías totalitarias. Que su intercesión nos ayude y su ejemplo nos guíe ¡Desde el cielo bien puede hacerlo! 

¡Dios nos invita: aceptemos su invitación!

¡Dios nos invita: aceptemos su invitación!

Si hemos descuidado la práctica religiosa en el tiempo vacacional, retomémosla con interés. El vacío de nuestros corazones, puede llenarlo la invitación divina: “Tengo preparado el banquete, venid”. No seamos desagradecidos como los de la parábola que se marcharon “uno a sus tierras, otro a sus negocios”, o peor aún, “algunos echaron mano a los mensajeros de la invitación y los maltrataron hasta matarlos”.

Pero limpiemos nuestros vestidos o actitudes, sobre todo del corazón, con el arrepentimiento y la penitencia, para estar de pleno derecho en el banquete eucarístico. Así,  estaremos alimentados y orientados por Dios y no sólo por los medios de comunicación o por comentarios insustanciales, y superaremos la angustia y el pesimismo, y cambiaremos la entera sociedad.

 

Tiempo de dar fruto

Tiempo de dar fruto

La amenaza de Jesús en el Evangelio de la misa de este domingo de octubre, de dar a otros el campo que no hacemos producir, debe estimularnos a retomar con ganas nuestro compromiso bautismal, con entusiasmo, con imaginación, con esfuerzo continuado, cooperando unos con otros. Para devolver a esta nuestra sociedad, en ocasiones triste y desesperada, sentido, esperanza y alegría  ¡Vale la pena hacer el intento!

Aprender a perdonar

Aprender a perdonar

“El Señor tuvo lástima de aquel empleado -leemos en el evangelio de la misa de estedomingo- y lo dejó marchar, perdonándole la deuda”. Pero, Jesús añade que aquel infeliz en vez de disifrutar de la paz y la felicidad de verse libre de su gran deuda, se puso a reclamar la miseria que otro le debía. ¿Así queremos amargarnos nosotros la vida? ¿No será mejor que, después de haber sido tantas veces perdonados por Dios, sembremos perdón y paz en nuestras familias, en el trabajo y en la calle? Haríamos, ciertamente, más feliz al mundo y nosotros disfrutaríamos de mayor paz ¡Señor, enséñanos y ayúdanos a perdonar! ¡Que no queremos ser reprobados en la escuela de tu misericordia!

Atar y desatar

Atar y desatar

Es el cometido que Dios da a los hombres en cuyas manos pone su Iglesia. Atar, que supone obligar. Y desatar que significa liberar.

Y derecos y obligaciones que arreglan el mundo y ganan la eternidad.

Para que no olvidemos al exigir derechos y cuidemos más cumlir lod deberes. De ello depende nuestra felididad plena.

Un tesoro por el que vale la pena venderlo todo

Un tesoro por el que vale la pena venderlo todo

Jesucristo dice, en el evangelio de hoy, que quien descubre el tesoro o la perla preciosa del reino de los cielos, “lleno  de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo o la perla”. Enseña así que las renuncias que Dios  pide producen alegría, si se miran desde la fe, porque suponen ganancia. Sin fe, no se entenderían.

Si queremos vivir la alegría que el mundo no puede dar necesitamos fiarnos de Dios, como se fiaron los santos. A ellos les pedimos que nos ayuden a descubrir el gran tesoro y que estemos dispuestos a todo por conseguirlo. Dios no se dejará ganar en generosidad y nos dará más de lo que le demos nosotros. 

¡Espíritu Santo, vivifícanos !

¡Espíritu Santo, vivifícanos !

Este domingo se cumplen los cincuenta días de la resurrección de Jesucristo, es Pentecostés. Y celebramos que, en este día, el Resucitado envió, desde el Cielo, al Espíritu Santo, y desde entonces lo sigue enviando a la Iglesia para llenar con sus dones divinos a los cristianos.

La vida moral de los cristianos –dice el catecismo- está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben y hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas”.

Pentecostés es un día para agradecer esta efusión de dones del cielo,  acogiéndolos con entusiasmo y dejándose influir por ellos. El mundo necesita hombres y mujeres que, movidos por el Espíritu Santo, vivifiquen las familias, los trabajos y la sociedad entera. Sin personas así, habrá muy poca luz, muy poco futuro para nuestro mundo ¿No será esa escasez de hombres y mujeres espirituales la que no nos deja remontar?  Estamos a tiempo de cambiar esta penosa carencia.

La misión que nos dejó el Resucitado

La misión que nos dejó el Resucitado

El jueves se cumplieron los cuarenta días en los que el Resucitado se mostró a los suyos visiblemente y les “habló del Reino de Dios, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo” Y en ese día ascendió al cielo. El acontecimiento constituye una gran fiesta, que se traslada al domingo para su celebración anual.

A partir de ese día de la Ascensión la misión del Resucitado corre a cargo de los suyos. Una misión que abarca el mundo entero y todos los tiempos. Una misión que no han dejado de cumplir los cristianos, generación tras generación, y que ahora nos corresponde continuar a nosotros.

No hay disculpa válida para no cumplir esta misión porque también los hombres y mujeres de hoy necesitan conocer a Jesucristo para seguirle como discípulos y salvarse; necesitan del bautismo para ser regenerados; necesitan las enseñanzas del Evangelio para no perderse en la confusión ambiental.

Las llagas del Resucitado y su Divina Misericordia

Las llagas del Resucitado y su Divina Misericordia

Como Tomás, el apostol convertido de sus dudas, también nosotros, al comulgar en este domingo de la Divina Misericordia, podemos tocar y hasta meternos en las llagas del Resucitado y experimentar su amor y su misericordia sin medida.

Y nos parecerá muy creíble la revelación que recibió Santa Faustina, origen de esta fiesta. La santa, escribe en su Diario, que escuchó en su interior cómo Cristo le decía: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de mi Misericordia”.

Nos encomendaremos al queridísimo y recordado San Juan Pablo II y le agradecemos haber instaurado en la Iglesia esta fiesta tan necesaria para nuestro mundo que sigue necesitando del perdón y de la Misericordia.

Cristo, por su cruz y resurrección, es nuestra vida

Cristo, por su cruz y resurrección, es nuestra vida

En estos días cuaresmales debemos llevar a Cristo a tantos hombres y mujeres que necesitan escuchar: “Lázaro, ven afuera”, para construir, vivificados por la fe, un mundo esperanzado y con más sentido que el que tenemos. Lo lograremos recuperando, nosotros primero, por el sacramento de la penitencia, la vida recibida el día de nuestro bautismo y acercándonos después a la Eucaristía con deseos renovados, recordando, a ser posible, esas palabras impresionantes de Cristo a la desconfiada hermana de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre ¿Crees esto? La respuesta que espera Cristo es, sin duda la que pronunció Marta, una vez convertida: -Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo

Ya muy avanzadas las obras del "Edículo" del Santo Sepulcro

Ya muy avanzadas las obras del "Edículo" del Santo Sepulcro

Que se ven tal como muestra la foto, con los viejos refuerzos de hierro ya retirados. Además del visible lavado de cara de todo el exterior del armazón, destaca como novedad la cruz greco-ortodoxa sobre lo alto de la cúpula, recién pulida, que no existía antes de la rehabilitación. Según declaró a la agencia Efe el franciscano y arqueólogo Eugenio Alliata, «esta cruz es un símbolo que estaba en el proyecto original del Edículo, pero no se puso porque las leyes otomanas prohibían exponer cruces en lugares públicos». Además, también se ha querido abrir una ventana dentro del habitáculo donde está el lecho de Jesucristo que ahora permite a los visitantes ver la piedra original de la cueva donde se socavó la tumba.

Dejar la mediocridad y aprender a perdonar

Dejar la mediocridad y aprender a perdonar

Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Así concluye la enseñanza de Jesucristo, que leemos este domingo en la misa. Nos invita a dejar la mediocridad y buscar la perfección. Porque quiere para nosotros una vida lograda, plena y feliz, como la del mismo Dios.

Pero esa vida, nos advierte Jesucristo, tiene un precio: poner la otra mejilla y amar a los enemigos. ¿Nos pide un imposible? ¿Ha habido alguien que haya obrado así?

No está en nuestra mano  –responde el Catecismo- no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús.

¿Por qué no intentamos vivir esto en la vida diaria, con la familia, con los compañeros de trabajo, los convecinos, los extranjeros? Cambiaríamos el mundo y seríamos más felices.

Pero, para lograrlo, no olvidemos lo que también dice el Catecismo: Sólo el Espíritu Santo que es “nuestra vida” puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. Así el perdón se hace posible. La oración cristiana transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana.

Un camino hacia la felicidad duradera

Un camino hacia la felicidad duradera

Las bienaventuranzas – que leemos en el evangelio de la misa de este domingo- descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe (Catecismo de la Iglesia).

Las bienaventuranzas son camino hacia la felicidad definitiva, duradera, que abarca a toda la persona. Una felicidad a la que no estamos acostumbrados, pero con la que soñamos y a la que aspiramos todos.

Pero esa felicidad, nos enseña Jesucristo en el Sermón de la Montaña, no se consigue con la mediocridad, el descuido o la falta de ideales, al contrario nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor (Catecismo de la Iglesia).

Los santos han sido felices y han hecho felices a muchos viviendo el espíritu y la letra de las bienaventuranzas.

La luz de Dios es Jesucristo

La luz de Dios es Jesucristo

El pueblo que caminaba en tinieblas –profetizó Isaías- vio una luz grande. Y la profecía se cumple cuando se presenta Jesucristo en la fértil, pero incrédula, Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando el evangelio del Reino y curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Eran los corazones los que necesitaban ser iluminados. Y Jesucristo los ilumina –dice el Catecismo- convocándolos en torno a Él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, y por el envío de sus discípulos. Pero, sobre todo, disipará la oscuridad –añade el mismo Catecismo- por medio del gran misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. Y es que Cristo –aclara el Concilio Vaticano II- es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar  a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el evangelio a todas las criaturas.

Con esa luz nadie se pierde. Sin ella, todo se vuelve confuso y gris. ¿No será esto lo que explica la confusión que reina en nuestras sociedades y las tristezas y desesperanzas que nos amenazan? ¿No será que hemos encendido potentes luces humanas, pero estamos apagado entre todos la luz de Dios?

La liberación que el mundo necesita

La liberación que el mundo necesita

Escuchamos, en el evangelio de la misa de hoy, un mensaje que necesitamos oír las personas y la sociedad entera, especialmente en momentos como el que vivimos de profunda crisis, que padecen también los inocentes: que el bien triunfará y el mal será derrotado, pero que la victoria exige, nada menos, que la entrega incondicional del único verdadera y totalmente inocente, Jesucristo, y nuestra propia entrega.

Eso sugiere el misterioso apelativo con que el Bautista llama a Cristo: “El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Manifestó así –enseña el Catecismo- que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes y el Cordero pascual, símbolo de la redención de Israel. Toda la vida de Cristo expresa su misión: “servir y dar su vida en rescate por muchos”.

            Lo concreta aún más el salmo responsorial, expresando la actitud obediente de Cristo, que dice al hacerse hombre: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Enseñándonos de este modo que al mal lo vence la obediencia al supremo bien y a la suma verdad, que es Dios, y no el sometimiento al propio egoísmo.

Ojala aprendiéramos en el nuevo año, que estamos estrenando, esta obediencia liberadora a la ley de Dios, que es ley de amor, entrega y servicio. Muchas cosas cambiarían en nuestro mundo.