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La Medalla Milagrosa, una invitación a revitalizar la fe y celebrarla en la Liturgia

La Medalla Milagrosa, una invitación a revitalizar la fe y celebrarla en la Liturgia

Esta tarde predico de nuevo en Logroño la Novena de la Medalla Milagrosa:

La medalla de la Milagrosa en el pecho de los creyentes es un recordatorio y una invitación  a que las obras respondan a la fe que profesamos, y a fiarnos de Cristo crucificado sin buscar milagrerías, para no merecer el reproche: -Si no veis signos y prodigios no creéis. Pero hemos de reconocer que no siempre somos coherentes, que no siempre somos consecuentes, que no siempre nos comportamos como cristianos de verdad. Y no debe extrañarnos porque vivimos un tiempo de increencia, donde sólo cuenta lo que se ve, lo que se compra, lo que se puede disfrutar sensiblemente. Y el ambiente nos contagia.

Es una lacra que nuestra sociedad arrastra hace largo tiempo. Sobre todo desde que comenzó el desarrollo industrial y técnico, que logró tan grandes éxitos económicos, que hizo pensar al hombre que puede prescindir de Dios.

Ya en los años sesenta del siglo XX la humanidad se metía por estos caminos de increencia, y la Iglesia salió a su paso, para evitar el descarrilamiento, con el Concilio Ecuménico Vaticano II, que convocó el Beato Juan XXIII, terminó Pablo VI, y han aplicado el Beato Juan Pablo II y el actual pontífice Benedicto XVI.Hoy le pedimos a María Inmaculada de la Medalla Milagrosa, que nos enseñe a amar las enseñanzas del Concilio, que recibimos en las celebraciones litúrgicas, la catequesis y la predicación. Un cristiano que ama a la Virgen, está atento a la Iglesia y trata de vivir lo que ella enseña.

Sí, hermanos, la Virgen nos dice en esta novena, lo mismo que a Santa Catalina Labouré: Venid a los pies del altar porque aquí se distribuye la gracia ¿Con qué interés lo hacemos? ¿Por qué no renovamos este año el deseo, la intención, el aprecio por lo que se nos ofrece en el altar? El Concilio Vaticano II renovó la liturgia de la Iglesia, la adaptó a nuestro tiempo y nos la hizo más cercana y compresible, pero ¿La apreciamos de verdad? ¿Intentamos entenderla? ¿Prestamos toda la atención que requiere? 

Cada vez que besemos la Medalla Milagrosa, pidámosle a la Virgen por la Iglesia, para que celebre los sagrados misterios cada vez con más conciencia, cada vez con más alegría, cada vez con mayor compromiso. Y para que los creyentes no fallemos a esa cita con Dios que tenemos ante el altar con el Dios cercano, el Hijo de Santa María. Y pidamos también para que la fe nos lleve a la caridad. Pues como dice el Papa: “La fe sin caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento inconstante a merced de la duda. La fe  y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino”. Que así sea.

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