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Psicología y formación sacerdotal (I)

Psicología y formación sacerdotal  (I)

He leído con interés, pues se trata de un documento muy esperado, las "Orientaciones para el uso de las competencias de la Psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio", publicado por la Congregación para la Educación Católica.

Este es un tema del que se habla mucho, en el que se disparata algo y donde se improvisa no poco. Y es que la persona, con la que dicho tema tiene que ver, es lo más delicado, lo más sutil y lo más sagrado de la creación. Y estando ella de por medio hay que tratar de meterse de lleno, dejándose de palabrerías y de echar a otros la carga, implicarse a tope y no contentarse con superficialidades peligrosas: hay -diría yo- que "d-e-s-v-i-v-i-r-s-e". Si además de la persona entra también su vocación divina, nada menos que al sacerdocio celibatario, el tema se hace aún más complicado y difícil.

Difícil y delicado sí, y más complicado hoy que en otros tiempos por el modo de ser y de vivir en esta sociedad tecnificada, arreligiosa y poco humanista, pero en absoluto imposible o que se haya de dejar en manos de tecnicos, sin que tengan nada que hacer ni decir los auténticos FORMADORES.

Es de agradecer la concreción y brevedad de documento, que da claridad, seguridad y marca vías SEGURAS por las que seguir avanzando.

Primero, señala el objetivo de la formación humana del candidato: Lograr "el equilibrio humano y psíquico, particularmente afectivo, de forma que permita al sujeto estar predispuesto de manera adecuada a una donación de sí verdaderamente libre en la relación con los fieles, según una vida celibataria" (nº 2).

Equilibrio significa -a mi parecer- mantenimiento continuado y asentado, con salida inmediata de caidas por los extremos. Lo contrario es desequilibrio. La formación humana debe ayudar, pues, a lograr ese estado habitual. Sin asustarse si se dieran algunas caidas, mientras estas no impidan recuperar el estado normal, de inmediato y sin secuelas. Y mientras se observe que se va progresando en el mantenimiento del equilibrio, que nunca excluye la vigilancia, pero sí el desasosiego. Todo ello mediante un "gradual, prolongado y no siempre lineal camino de formación" (nº 2).

El documento afirma que quienes deben intervenir en este proceso formativo son los FORMADORES, pues los psicólogos no pueden formar parte del equipo de formadores (nº 6). Ahora bien los psicólogos pueden ser "útiles" al Rector y a los demás formadores como "colaboradores" y no suplentes. Es decir que los formadores no se pueden escudar en los psicólogos para dejar de conocer, a base de trato continuado y no superficial, a los formandos, aceptando sin más lo que éstos puedan decir sobre su personalidad y sobre su futuro. También es interesante lo que el documento dice sobre el uso por aprte de los formadores de "tecnicas psicológicas o psicoterapéuticas especializadas". Taxativamente prohibe hacerlo: "se deberá evitar" (nº 5).

El Documento apuesta, por tanto, por unos formadores bien preparados (en el conocimiento de las personas, más que en técnicas sutiles), que deberán dedicarse en cuerpo y alma a conocer a cada uno y a tratar de discernir lo que Dios ha dispuesto para él. ¿Se podrá lograr esto, dedicandose a "otra"  u "otras" pastorales" más urgentes y también más atractivas? ¿Habrá -me pregunto yo- otra actividad más "pastoral" que ésta? Yo diría que ninguna más difícil, pero ninguna, también, más decisiva para el futuro de la Iglesia.

¡Y pensar que hay tan pocos que se entusiasmen con ella!Tal vez sea porque hay que prescindir del propio vivir  (desviviirse) para "convivir", sin restricciones con los formandos, porque es la única forma de conocerlos, de discernir su vocación y de lograr que alcancen el equilibrio requerido, sin que el propio formador lo pierda. Por eso yo me atrevo a llamar a este proceso formativo, en uno de mis libros, "apasionante aventura".

Ahora la vivo a tope con el único seminarista de mi diócesis de Calahorra, que, terminados deficientemente los estudios (ronda los 40 años), se prepara para la ordenación. Sólo se me ha encomendado la dimensión intelectual-teológica, pero disfruto haciéndolo y lo vivo con pasión, sin escudarme en que tal vez los psicólogos dirían que aquí hay poco que hacer.

 

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