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Arte y Fiesta en la celebración de la Semana Santa

Arte y Fiesta en la celebración de la Semana Santa

Casualidad fue encontrar este libro en una de mis visitas a la librería y estoy encantado de haberlo encontrado: sus imágenes, la profundidad, amplitud y ponderación del estudio realizado y el desarrollo de la exposición son magníficos.

Es de una erudición que impresiona y de gran finura y acierto sus afirmaciones. Estudia el arte y las manifestaciones religiosas no liturgicas de la Semana Santa, remontándose a los primeros tiempos del Cristianismo, en la época de las persecuciones y catacumbas. Parece increible todo lo que aporta al conocimiento del tema, que cualquiera juzgaría sin nada que reseñar. El autor es Catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Zaragoza y aporta información gráfica a cada una de sus aportaciones teóricas.

 Una vez que el sacrificio redentor de Cristo -sostiene el autor- fue comenzado a asimilar en sus dimensiones teológicas y "físicas" por sus seguidores, la primera tarea de los artistas cristianos fue generar la iconografía de la pasión y, especialmente, aceptar la imagen de Cristo crucificado. Este empeño impuso un largo proceso de maduración, en el que la Iglesia oriental pasó de ser protagonista a quedarse en segundo plano.

Occidente calcó la paraliturgia procesional del Oriente, y, de modo especial, la de Jerusalén, en donde ya en el siglo IV se pusieron en marcha las primeras procesiones pasionistas. Oriente se quedó en los iconos y en las cruces vacías y preciosas, mientras que Occidente incorporó durante la Edad Media románica el Cristo de bulto redondo a la cruz procesional.

Alcanzada una primera madurez poco antes de 1200, no sin considerables corrientes de resistencia que preconizaban una devoción sin imágenes, se inventó el paso de Semana Santa con el "Palmesel" -literalmente, el asno de la palma- y se investigó en las relaciones entre la escultura, la representación y la liturgia al abordar el fascinante problema de los conjuntos del descendimiento.

El origen y la evolución de los aspectos dolorosos de la pasión comenzaron a desarrollarse tímidamente desde el siglo XI, a la par que los Cristos románicos. De aquí a abordar la realización del crucifijo gótico doloroso medió un creativo proceso durante el cual se pensó también en descender la imagen del Crucificado para amarla, lavarla y enterrarla en la tarde del Viernes Santo. Y, después, profundizar todavía más en el dolorismo de la pasión para representar los episodios de la flagelación o del Nazareno camino del Calvario.

Al final, tan grande fue el empeño en que se hiciera sensible en las calles y en las iglesias la aflicción de los cristianos por el dolor de Cristo tan notoria la decisión de las incipientes cofradías para que la ciudad se convirtiera por unos días en la Jerusalén histórica que, lavada su culpa, vivía intensamente el misterio de la redención, que todas aquellas conquistas escultóricas acabaron montándose sobre pasos o carrozas para que los más efectistas recursos de la dramaturgia cooperasen en una cada vez más densa y bienintencionada ofensiva destinada a redimir al ser humano de su angustioso sentido de culpa. En este contexto se alcanzó el siglo XVI castellano y sus imágenes con el que finiliza este trabajo.


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