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Para motivar a los grupos bíblicos: una carta como si San Pablo escribiera hoy

Para motivar a los grupos bíblicos: una carta como si San Pablo escribiera hoy

A los participantes en los grupos bíblicos en las parroquias de La Rioja:

Yo Pablo, siervo de Cristo Jesús y llamado a ser apóstol de Jesucristo, al enterarme de vuestro interés en leer y orar este año, en que se pone en marcha la Misión diocesana, con algunas de mis cartas (Romanos, Gálatas, Filipenses y Filemón) os escribo para felicitaros, animaros, y ayudaros a leerlas como lo que son: Palabra de Dios ardiente, de la que yo fui indigno instrumento transmisor.

Mi Carta a los cristianos de Roma: Tras diez años de andanzas misioneras sentí la necesidad de detenerme, de pensar mi fe como cristiano y de compartirla como maestro con todos aquellos que deseaban avanzar en el conocimiento de Jesucristo. Algo semejante a lo que vosotros tratáis de hacer con vuestros contemporáneos, alejados de Dios, pero que no dejan de necesitar de Él.

La escribí desde Corinto en el invierno del año 57-58 y resultó larga, por lo que se quejaba mi esforzado secretario y copista Tercio. Pero constituye una buena síntesis de mi pensamiento espiritual, siendo muy comentada y sobrecargada de interpretaciones en la historia del cristianismo, pero también con ideas y ardor, de inspiración divina, para quien quiera misionar en cualquier época.

Escribí a los cristianos de Roma cuando todavía no los conocía personalmente. Es la única de mis cartas dirigida a una comunidad que yo no había fundado ni visitado. En ella me muestro consciente de haber completado ya mi gran obra misionera en Grecia y Asia Menor, pero también albergo, como veréis al leerla, grandes proyectos de futura evangelización en Occidente (vuestra querida España, que el latín de los romanos denominaba entonces Hispania, la que intentáis vosotros misionar hoy).

Desde Corinto, ciudad que estaba visitando de nuevo en mi tercer viaje apostólico, escribí a Roma para preparar con aquella comunidad mi viaje. Y les expuse “mi evangelio”, es decir, mi forma de entender la salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo: en él, en Jesucristo, especialmente en su muerte y resurrección, Dios ha manifestado y sigue manifestando su justicia salvadora para todo el que acoja con fe la Buena Noticia.

Reconozco, y espero que esto no os desaliente, que no es una carta de fácil lectura, especialmente en la parte doctrinal, la primera de las dos partes en que la distribuí. En ella trato de desarrollar sucesivamente “mi evangelio” desde cuatro perspectivas diferentes:

1) Parto de una primera constatación: todo ser humano, judío o pagano, es de condición pecadora; todos necesitamos ser salvados por Jesucristo (1,18-5,11). También vosotros y vuestros contemporáneos, por mucho que presumáis de vivir en un “estado de bienestar”

 2) Prosigo después reflexionando entusiasmado sobre lo que hace en nosotros el bautismo: nos une a Jesús, nuevo Adán, muerto y resucitado; el agua del bautismo hace de nosotros nada menos que una creación nueva (5,12-7,6).

3) Avanzo con un sutil análisis de la conciencia de todo hombre (pienso que también la vuestra y la de vuestros contemporáneos): la persona está como dividida interiormente entre el bien que quiere hacer y no hace y el mal que no quiere hacer y hace (7, 7-25); ante esa situación, sólo el Espíritu libera al creyente y lo reconcilia consigo mismo, con Dios, con los demás hombres y con el universo ¡Una maravilla, digna de ser compartida con otros!(8).

4) Finalmente repaso la historia de Israel: a pesar del rechazo de algunos judíos a Cristo, la salvación también le llegará al pueblo elegido por Dios cuando reconozca a Jesús como Mesías. Para que así nadie se desaliente si encuentra rechazo en los que trata de misionar, aunque sean amigos suyos o de su mismo pueblo.

En la segunda parte, más fácil de entender, aplico la doctrina expuesta en la primera a la vida y conducta del cristiano. Su lectura os puede servir para estimularos y arrancaros de una vida cristiana lánguida y lanzaros a una misión entusiasta entre vuestros compatriotas riojanos, que no serán más duros, pienso yo, que mis queridos romanos a los que misioné con esta carta y con mi posterior presencia entre ellos, hasta dar mi vida por Cristo en su misma ciudad.

Como no quiero que esta carta me salga tan larga como la de los Romanos, dejo para otra ocasión comentaros las otras cartas que vais a leer este año. Pero no quiero terminar sin proponeros algunas cuestiones para que las vayáis respondiendo al leer y orar con esta carta: ¿Qué significa para mí la palabra “salvación”? ¿Cómo acojo en mi vida la liberación que Jesús me consiguió? ¿Por qué hago el bien? ¿Por qué, ¡ay!, hago el mal? ¿Qué consecuencias tienen mis obras, las buenas y las malas? ¿Qué pienso del pecado? ¿Siento la acción del Espíritu Santo en mí? ¿Qué supone para mí estar bautizado? ¿Qué signos me permiten experimentar que soy amado incondicionalmente por Dios? ¿Qué puedo hacer para entusiasmar a otros con el evangelio que me entusiasma a mí?

Que la gracia de nuestro Señor Jesús esté con vosotros. Yo, Angel Mª, que transcribo la carta, no con pluma de ave como Tercio, sino con ordenador, os saludo en el Señor.

                                                             La firma, de mi mano: Pablo

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