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Cómo viví hace ocho años la elección de Benedicto XVI

Cómo viví hace ocho años la elección de Benedicto XVI

Comenzado el Cónclave, uno de los Padres formadores del Seminario de Sololá, del que entonces yo era rector, estuvo pendiente en la madrugada del martes 19 de abril (2005) para avisar en caso de fumata blanca. El desvelo, sin embargo, fue inútil porque salió humo negro. Amaneció ese martes, pendientes de poder seguir por TV la otra fumata del día, que pensamos sería a las once.

Pero a las diez menos algunos minutos, una llamada de la Madre María Leticia, me dice que hay fumata y que parece blanca. Corro hacia la TV, con el P. Luis, que encuentro por el pasillo, miramos nerviosos la pantalla y... efectivamente sale humo por la chimenea de la Capilla Sixtina y parece blanco. Aunque los comentaristas no lo aseguran, porque aún no suenan las campanas, no nos cabe duda de que aquello va en serio. Otros formadores acuden a la TV. Salimos a tocar la campana para avisar a los seminaristas. Pongo a punto las campanas para que suenen por los altavoces, se preparan los cohetes y bombas, a cargo de Juan Bombajay, y por la TV se ve y se oyen sonar las campanas de San Pedro: ¡Tenemos Papa, no cabe duda! Cohetes, bombas, campanas, gritos, emoción descontrolada. El Seminario es una fiesta y a todos nos desborda la alegría. Por dentro también damos agracias a Dios, y los formadores que estamos en la TV rezamos una oración por el nuevo Papa. Ahora a esperar el nombre del elegido. 

La emoción era tan intensa, que no dejábamos de hablar, de felicitarnos y de rezar. Al fin vimos abrirse la ventana y en alegre tensión esperamos a que el Cardenal Medina desvelara el misterio. Cuando pronunció el nombre: Josefus, cardinale Ratzinger, un grito jubiloso sonó en toda la casa y aplaudimos y nos felicitamos por el nuevo Papa. 

Admiraba ver como se iba llenando la plaza de San Pedro. Al seminario también acudieron algunas personas del pueblo a compartir con nosotros la alegría. Un grupo de maestros, que ocupaba el salón para unas conferencias, dejaron su actividad para ver con nosotros al nuevo Papa. 

Pocos minutos después aparecía el Santo Padre en el balcón de la Plaza y volvimos a aclamarlo con los miles de personas que estaban en Roma. Sus palabras sencillas nos emocionaron y recibimos con inmensa emoción su primera bendición apostólica. Dios lo proteja y lo  guarde por  muchos años para bien de la Iglesia y del mundo -rezábamos por dentro-. Se iba haciendo la hora del almuerzo y el ambiente festivo dominaba ya la casa, invadiéndola y llenándola por completo durante los inolvidables días que fueron siguiendo.

(Y que espero seguir relatando cuando regrese de Mota del Cuervo. No se lo pierdan)

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