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Sábado Santo con la Virgen Dolorosa

Sábado Santo con la Virgen Dolorosa

Tras la sepultura de su divino Hijo, María experimenta una gran soledad. Los buenos hijos la acompañan orando, para consolarla y aprender de su fe, de su esperanza y de su caridad.

Lectura del Evangelio de San Juan:  Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Meditación del libro de Benedicto XVI “Jesús de Nazaret II”: Esta es la última disposición, casi un acto de adopción. Él es el único hijo de su madre, la cual, tras su muerte, quedaría sola en el mundo. Ahora pone a su lado al discípulo amado. Lo pone, por decirlo así, en lugar suyo, como su propio hijo, y desde aquel momento él se hace cargo de ella, la acoge consigo. La traducción literal es aún más fuerte; se podría expresar más o menos así: la acogió entre sus propias cosas, la acogió en su más íntimo contexto de vida. Así pues, esto es ante todo un gesto totalmente humano del Redentor que está a punto de morir. No deja sola a su madre, la confía a los cuidados del discípulo que le había sido tan cercano. De este modo se da también al discípulo un nuevo hogar: la madre que cuida de él y de la que él se hace cargo.

               Como María, la mujer, también el discípulo predilecto es a la vez una figura concreta y un modelo del discipulado que siempre habrá y siempre debe haber. Al discípulo, que es verdaderamente discípulo en la comunión de amor con el Señor, se le confía la mujer: María – la Iglesia.

               La palabra de Jesús en la cruz permanece abierta a muchas realizaciones concretas. Una y otra vez se dirige tanto a la madre como al discípulo, y a cada uno se le confía la tarea de ponerla en práctica en la propia vida, tal como está previsto en el plan de Dios. Al discípulo se le pide siempre que acoja en su propia existencia personal a maría como persona y como Iglesia, cumpliendo así la última voluntad de Jesús.

 Oración:  Salvador nuestro, que quisiste que tu madre estuviera junto a tu cruz, por su intercesión, concédenos compartir con alegría tus padecimientos. Jesús, que, colgado en la cruz, diste a María a Juan  como madre, haz que nosotros vivamos también como hijos suyos. Lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amen

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